Monday, August 30, 2004

Smartmatic Plus(r)

por Ibsen Martínez

La llamaré Smartmatic Plus, la compañía del niño barbudo.

Esto del “niño barbudo” no es un decir al pasar: el niño barbudo es una genuina celebridad, alguien con quien no contábamos y que ha capturado la imaginación del público porque, según el niño barbudo, no vale la pena molestarse en hacerle reparos a su software si no se es matemático egresado del MIT.

Desde la época en que la Ford Motor Co. sacó al mercado sus temibles camionetas defectuosas y asesinas y culpó de las muertes en la carretera a los fabricantes de neumáticos, no se había registrado un caso de cinismo corporativo tan galano y tan digno de imitar por otras corporaciones en aprietos.

Exagero: sí hubo alguien más cínico que Ford Motor Co. Cuando, a comienzos de los años ochenta, el supertanquero Amoco Cádiz, de la Exxon, encalló en Alaska, y produjo el atroz derrame de petróleo que, con el tiempo, forzaría a todas las petroleras del mundo a teñir socarronamente de verde ecológico sus vallas publicitarias y sus avisos de prensa, uno de sus gerentes –llamémosle el niño barbudo de la Exxon– afirmó, imperturbable, que las focas y aves marinas que morían chapoteando en un tremedal de crudo eran, precisamente, las que excedían las cifras de fauna ecológicamente sustentable en la región: ¡según él, aquel derrame era, en realidad, una bendición!
Igual que el niño barbudo de Smartmatic Plus (r), el niño barbudo de la Exxon se negó a discutir uno de los más grandes desastres ecológicos causados por el hombre en el siglo XX –y del que su corporación era la única indiciada– con nadie que no tuviese un PhD en impacto ambiental petrolero.

El niño barbudo de Smartmatic Plus (r) discurre en las ruedas de prensa y en sus avisos pagados ni más ni menos que como lo haría el dueño de un casino de Las Vegas en entredicho por la agencia federal que regula el juego de envite y azar:
se deja ver rodeado de sus gerentes de esto y de lo otro, sin dejar de acariciar y de mover de sitio el micrófono y con voz atiplada –y un soniquete al hablar semejante al de quien se ha fumado un tabacón de seis pulgadas de marihuana Acapulco Golden Sinsemilla antes de enfrentar a los reporteros– nos dice, palabra más o menos, que sus croupiers son los fulleros más rápidos, sus máquinas las traganíqueles más voraces y que nos desafía a decirle a sus matemáticos a sueldo dónde está el truco.

La impavidez con que el niño barbudo nos llamó huevones a todos los venezolanos en horario estelar seguramente proviene de las seguridades que deben haberle dado sus expertos en issues management, que es como la industria de la comunicación corporativa llama a sus apagafuegos mediáticos.

Una parte muy ejemplarizante de todo este affaire –que deberíamos tomar en cuenta para el futuro inmediato de las elecciones regionales – se halla en lo que un genio europeo de la comunicación corporativa llamó “administración de percepciones”.

Se refería al proceso que se pone en marcha cuando, por ejemplo, una corporación que vende máquinas electoras es señalada por la suspicacia pública ni más ni menos que como cómplice de un fraude electoral posmoderno, electrónico e indemostrable.

El niño barbudo no contaba con esos millones de importunos quejosos. El niño barbudo pensaba que ya había desembolsado suficiente dinero en comisiones para la adjudicación irregular del contrato. El niño barbudo y sus gerentes de esto y de lo otro se disponían ya a salir de vacaciones, luego de unos meses agitados pero sumamente provechosos.

“¡Oh, no! –exclama el niño barbudo con disgusto–, no me digan ahora que todavía tenemos que pagar una campaña de lifting, una campaña que nos lave la cara ante sólo tres millones y medio de pendejos”.

—Usted sabe que fueron muchos más, jefe– se atreve a asomar uno de los gerentes de esto y de lo otro.

Los administradores de percepciones no pueden, en realidad, sugerirle muchas cosas: apenas una rueda de prensa, apenas un aviso “robapágina” en el New York Times y otro en los matutinos de la república bananera donde se realizó el referéndum. Los más audaces acaso sugieran una “huída hacia delante” y comenzar a ufanarse publicitariamente de los resultados obtenidos.

El episodio puede verse como un estudio de caso dentro de un estudio de caso: el caso del referéndum venezolano puede significar para Smartmatic Plus (r) lo que el derrame del Amoco Cádiz significó para la Exxon. Peor, quizá, porque Exxon sobrevivió para contarlo y amalgamarse con la Mobil, pero Smartmatic Plus (r) va camino de no volver a colocar una sola de sus cajas desechables en el mercado de la automatización electoral latinoamericana.

La circunstancia de que en Estados Unidos esté prosperando en la atención pública el tema de los fraudes electrónicos señalados por la comisión senatorial que preside Hillary Clinton no viene sino a complicar las cosas.

Me permito deslizar una pequeña alarma entre los impertérritos gerentes locales de Smartmatic Plus (r), al parecer tan seguros de sí mismos: a través de las redes de denunciantes de desafueros corporativos, el caso Smartmatic Plus (r) ya ha despertado el interés de los cazafantasmas de Michael Moore, el matador de corporaciones. Este último párrafo no es una invención, repito, no es una invención; repito, no es una invención.

Para contrarrestar toda esta publicidad negativa que puede afectar los negocios futuros, empezando por las elecciones regionales, me atrevo a sugerir la adopción de la cara del niño barbudo como logotipo de sus máquinas.

Todo ello pensando, desde luego, en afinar la estrategia de huir hacia delante, la estrategia del “Sí: hacemos trampa ¿y qué?” Voy más lejos: si yo fuese el diseñador de su interfaz, incorporaría la carita del niño inocente a la iconografía de las máquinas electoras.

De este modo, el elector encontraría en la pantalla touch screen un muñequito barbudo con cara y modales de “yuppie” despreocupado que podría formular, en audio, y muy lentamente, la pregunta del referéndum.

Otra animación podría mostrar al niño barbudo, en disfraz de Mandrake, señalando alternativamente dos sombreros de copas, el del Sí y el del No.

Cuando usted pulsa el Sí, la máquina Smartmatic Plus (r) escupe un comprobante que muestra al niño barbudo, caracterizado de Bozo el Payaso, sacándonos la lengua con la palabra “¡Sucker!”, escrita en letras rojas sobre la lengua. En aras del juego limpio, colocaría, en un cuadro de diálogo, algo así como: “¡Felicitaciones! Smartmatic Plus (r) lo invita a participar en su concurso ‘¿Dónde está el truco?’, con centenares de fabulosos premios para los primeros quinientos electores burlados que acierten con el algoritmo que produce un número aleatorio, siempre menor al mayor número alcanzado por el No, cuando alguien pulsa el Sí que alcanza el tope asignado a la máquina electora. Todo lo que tiene que hacer es enviarnos la descripción del algoritmo en un breve texto, de una extensión no mayor de 300 caracteres (sin espacios) y, por supuesto, la copia certificada de su diploma de matemático otorgado por una acreditada universidad del primer mundo. El premio será anunciado junto con los resultados favorables al señor Robert Mugabe en ocasión del próximo referéndum a cargo de Smartmatic Plus (r), referéndum que se llevará a cabo en Zimbabwe.

¡Ánimo y mucha suerte!” Y como eslogan, a manera de rúbrica: “Smartmatic Plus (r): la corporación del sí pero no: La compañía que sólo acepta un No por respuesta”.